Thursday, February 2, 2012

Las pruebas nos hacen crecer (Por John MacArthur )


Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.  
                                                --Santiago 1:2-4


Este pasaje nos presenta otra manera de pensar en las tentaciones que afrontamos. La palabra aquí traducida “pruebas” es la misma palabra traducida “tentación” en 1 Corintios 10:13 (citado anteriormente). Dios no solo nos protege de tentaciones que no podemos soportar; Él también usa esas tentaciones para ayudarnos a madurar. 

A todos nos gustaría poder decir que no nos falta nada, que somos perfectos y estamos completos. Nos gustaría oír al Señor decir que no falta nada en nuestra vida. Pero solo podemos llegar a esa condición a través del dolor. No podemos ser maduros sin cultivar la paciencia y no podemos cultivar la paciencia sin pasar por situaciones difíciles que prueban nuestra fe. Por eso Santiago dice que debe tener por sumo gozo cuando se halle en diversas pruebas, cuando afronte tentaciones y pruebas de su fe. Usted es fortalecido en esas pruebas al desarrollar resistencia espiritual. 

 Si quiere ser físicamente más fuerte, ¿qué hace usted? Se somete a experiencias dolorosas. Va al gimnasio y trabaja y trabaja, ya sea levantando pesas, corriendo en la pista o dedicando tiempo a caminar. Usted hace todo lo que puede por fortalecer su cuerpo, y usted sabe que en esto está implícito el dolor pero usted ha decidido que vale la pena soportar el dolor por la meta que se quiere alcanzar. A fin de fortalecerse, usted tiene que ser capaz de soportar algún dolor y perseverar a pesar de ese dolor. Es fácil comenzar pero es difícil permanecer con él. 

 Lo mismo puede decirse si quiere fortalecerse espiritualmente. Nunca llegará a madurar espiritualmente a menos que desarrolle paciencia y solo puede desarrollar paciencia cuando persevera en la fe a través de experiencias dolorosas. Algunos oran: “Señor, quiero ser fuerte para ti. Quiero ser valiente y audaz. Quiero crecer, llegar a la madurez, a estar completo en mi fe”. Si ora de esa manera, prepárese bien, ya que la respuesta a esa oración va a ser dolorosa. La única manera que Dios puede responder a esa oración es probando su fe llevándolo hasta el límite, empujándolo más allá de su ámbito natural y llevándolo por momentos difíciles. 

Si quiere eso para su vida, si usted desea ser todo lo que Dios quiere que sea para su gloria, entonces usted no solo apretará los dientes y soportará la prueba. La tendrá como motivo de gozo, como dice Santiago. ¿Cómo puede hacer eso? Usted mira más allá de la prueba, más allá del dolor, a sus efectos. Usted mira al propósito de ese tiempo de prueba en su vida, la meta de la madurez espiritual. Ahí está la fuente del gozo. En la medida en que se fortalece, será menos probable que ceda ante la tentación y menos probable que titubee en su fe. ¿No desea eso? Si es así bienvenidas esas pruebas que lo harán más fuerte.


Extraído del libro, El corazón de la Biblia escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.

Aceptación de la salvación de Dios (Por John MacArthur )


“En el corazón de la Biblia”, en algunos de nuestros versículos favoritos, está la verdad de que Dios quiere que aceptemos el don de la salvación. No basta con creer que Dios es soberano sobre todas las cosas. Esa sería una idea atemorizante si también no creyéramos que el deseo del Dios Todopoderoso es salvarnos, no vernos destruidos. No basta con saber lo que ocurrió en la cruz. Es posible saber que Dios pagó un precio por nuestra salvación y aun así rechazar el regalo. La Biblia dice que debemos creer en Aquel que murió por nosotros, aceptando por fe el don de salvación, confesando nuestra fe delante de los demás y rindiéndonos a Cristo como Señor.    
   

 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envío Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

-- ­­Juan 3:16-17 


 Este pudiera ser uno de los primeros versículos que usted haya memorizado. ¡Qué verdad tan maravillosa! Dios quiere que sepamos que hay una manera de escapar de la perdición. A fin de entender la razón de por qué Dios dio a su Hijo, hay que entender la clase de mundo al que lo envío. Era un mundo donde la gente se perdía. Dios no envío a su Hijo para condenar al mundo, ya que el mundo ya estaba condenado. Él envío a su Hijo para salvar a las personas de la perdición. 

             Esa palabra “perderse” salta ante nuestra vista. Quiere decir más que morir físicamente. Tiene la connotación de destrucción eterna y castigo divino; en una palabra, el infierno. Jesús habló más del infierno que del cielo. Él habló acerca de un fuego que nunca se apaga, de un lugar donde el gusano nunca muere, donde las personas crujen los dientes, se lamentan y lloran, donde hay absoluta oscuridad. Eso es lo que quiere decir perderse. 

               Pero de tal manera amó Dios al mundo que envío a su Hijo para que no nos perdiéramos. Podemos tener vida eterna. No es el tipo de vida que tenemos ahora, continuando por siempre. Ninguno de nosotros pudiera soportar eso; sería un tipo de infierno. La vida eterna es un tipo de vida diferente. No es simplemente un cambio en la cantidad de vida, sino en la calidad de vida. Se nos dará el tipo de vida de Dios. Participamos en la dicha de inmortalidad divina, en la mismísima vida que es de Dios mismo. Dios nos da su propia vida que existe eternamente en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos rescata de la perdición y nos da vida eterna. 

               ¿Quién recibe esa vida? Todo el que cree en el Hijo unigénito de Dios. Jesús dice que no echará fuera a quienes acuden a Él (Jn. 6:37). Todo el que crea en él será salvo. ¿Qué significa creer el Él? Eso no quiere decir simplemente creer que una persona llamada Jesús vivió una vez en la historia. Quiere decir creer que Jesucristo es quien dijo que era. Creer en Cristo significa creer en el verdadero Jesús:

            El Jesucristo que es Dios encarnado,

            El Jesús que nació de una virgen,

            El Jesús que vivió una vida sin pecado,

            El Jesús que murió una muerte expiatoria en la cruz,

            El Jesucristo que resucitó de los muertos,

            El Jesucristo que ascendió al cielo,

            El Jesucristo que ahora intercede a la diestra del Padre como nuestro gran sumo sacerdote,

            El Jesucristo que ha sido declarado Señor por Dios mismo,

            El Jesucristo que vendrá algún día para reunir a los suyos con Él y establecer su reino eterno.

             Creer en ese Jesucristo es la única manera de escapar de la perdición. Pablo advirtió que otros pudieran venir predicando a otro Cristo (2 Co. 11:4) y que quienes predicaran otro evangelio debían ser malditos (Gá. 1:8). Pero los que creen en el verdadero Jesucristo no son condenados. Se les rescata de la perdición  con el amor de Dios.  
  



Extraído del libro, “El corazón de la Biblia” escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.